«EL CHARCO DE PAPEl», 2º PREMIO DEL CONCURSO DE RELATOS «SED DE DERECHOS»
El Charco de Papel es el título del relato ganador del 2º premio de la 3ª edición del Concurso de Relatos Breves Sed de Derech2os organizado por medicusmundi Araba, con apoyo del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz. Una interesante y bonita historia en la que su autor, Jorge Salvador Lebrón, se pone en la piel de una joven con la menstruación.
Os invitamos a leerlo aquí:
Había cogido tanto papel que ahora el cuarto se presentaba como un paisaje nevado: blanco, silencioso y suave. Contrastaba sin embargo con el rostro encendido de Paula, que ahora había cogido el taburete que le permitía llegar al lavabo y lo había arrastrado con cuidado para colocarlo frente al espejo. Se cercioró de nuevo de que el cerrojo de la puerta estaba echado y que nadie podía entrar. Lo hizo despacio, evitando así despertar a nadie en la casa, abriendo y cerrando la manecilla de la puerta con cautela para comprobar que la puerta no podía abrirse.
Se quitó los pantalones, se bajó la ropa interior y abrió el grifo del agua caliente. Nada. Probó ahora con el grifo de agua fría. Nada. Bajó entonces del taburete enojada, y se sentó en el suelo, sobre el exagerado charco de papel que había arrancado del rollo. Se quedó sentada unos instantes, maldiciendo la mala suerte, mirando con recelo a aquel pijama manchado, golpeándolo ahora con el pie para alejarlo, como si dándolo con el pie hiciera a aquel demonio de algodón desaparecer. Lo miraba como quien mira un paisaje arder: con cautela y horror. Fue entonces hacia la bañera, corrió la cortina y encendió el grifo. Un hilo de agua cayó durante un instante, luego un estruendo, y luego nada. Paula cerró rápidamente el grifo y maldijo de nuevo. Pensaba entonces que más le valdría haber nacido hombre; no lo pensaba en serio, pero en aquel momento habría dado cualquier cosa por no haber crecido nunca y haberse levantado de la cama como la mañana anterior: con sueño y un pantalón seco. Oyó entonces un ruido. Paula se incorporó de un salto, y apoyó su espalda frente a la puerta. Contuvo el aliento. Oyó a su madre al otro lado. Se mantuvo erguida, sin mover un dedo siquiera. Su madre pasó de largo. Oía ahora la puerta de su habitación abrirse, luego la de la cocina. Fuera de peligro, agarró el pantalón sin apenas mirarlo, y comenzó a frotarlo con fuerza con el papel. La mancha, lejos de irse, se extendió, y Paula no hacía más que frotar con más fuerza a medida que el rojo iba empapando el papel. En un segundo intento subió de nuevo al taburete y abrió el grifo, una y otra y otra vez. Pronto paró y comenzó a llorar. Unos instantes después, alguien llamó. Paula, derrotada, abrió la puerta. Allí no había nadie, tan solo un cubo de agua se encontraba frente a ella.
Entonces oyó la voz de su madre desde la cocina:
—Cariño, cuando termines de lavarte, cámbiate. He dejado ropa limpia en la cama.
Paula hizo lo propio, y cuando hubo terminado de limpiarse, se vistió y fue a la cocina. Allí estaba su madre, llenando una gran olla con una garrafa de agua. Sobre la mesa, descansaban otras seis. Paula se acercó a su madre y esta la besó.
—Mamá… —dijo Paula entonces.
Su madre se sentó en una de las sillas de la cocina y le hizo un gesto a su hija para que ella también se sentara. Paula aún seguía teniendo los ojos hinchados de llorar. Su madre le sonrió y comenzaron a hablar. De fondo, el agua comenzaba a hervir.